Vivimos en un mundo tan diverso, con realidades tan diferentes y contrastantes, que temo que al escribir estas líneas alguien de lejanas latitudes pueda imaginar que es un relato fantaseado. Sin embargo, intento hacer una breve crónica de un hermoso trabajo realizado en el marco de una dura realidad.
Para brindar un contexto y entender de lo que estoy hablando, es necesario decir que en la Argentina de hoy, muy lejos de aquella que hace unas décadas fue llamada "el granero del mundo", más de la mitad de la población vive por debajo de la línea de pobreza, y el veinte por ciento (uno de cada cinco) se encuentra en la indigencia. En Buenos Aires, ciudad de catorce millones de habitantes, abundan los que como eufemismo se denominan "barrios de emergencia", y que la cultura popular llama "villas miseria". Esta historia transcurre en una de ellas, denominada Villa Tranquila.
Villa Tranquila es un barrio situado en la periferia de Buenos Aires. Hace unos años era una zona industrializada, y ahora alberga a miles de desocupados que viven en casas precarias. Por ahí no pasa el transporte público. Algunos de ellos caminan horas por las noches hasta el centro, recogiendo cartón y papel para vender a los recicladores. Otros viven de exiguos subsidios por desempleo. Para otros, la opción ha sido delinquir. En el barrio hay una escuela, y por sus ventanas los niños ven como sus hermanos mayores o sus padres asaltan a los camiones que pasan por la avenida, trepándose por atrás y robando durante unas cuadras la mercadería que van arrojando a la calle. Esa es la "normalidad" que viven esos niños. Hambre, miseria y violencia.
Concientes de esta situación, un grupo de estudiantes de la carrera de musicoterapia, de la Universidad de Buenos Aires decidió generar un proyecto porque, según sus palabras, "viendo las necesidades actuales del país y el posible alcance de la musicoterapia, nos encontramos con la inquietud y la necesidad de trabajar retribuyendo a la comunidad lo aprendido en la universidad". Crearon así un proyecto de prevención primaria y promoción de la salud a partir de la musicoterapia. Fue originalmente pensado por ellos, impulsado por ellos, y son ellos quienes están en contacto permanente con los niños y padres del barrio. Personalmente, me siento honrado de que me hayan distinguido como su supervisor.
Comenzó entonces en la escuela un taller que denominaron "creciendo con música", para niños de 5 a 8 años. Luego iniciaron talleres de guitarra y de percusión para los niños más grandes. Pero las demandas fueron creciendo. Organizaron entonces un taller semanal para los padres. No alcanzaba. Decidieron festejar una vez por mes los cumpleaños de los participantes de los talleres. No era suficiente. Observaron que los días lunes los niños llegaban a la escuela muy débiles y cansados. La respuesta era obvia. No habían ingerido más que agua o alguna infusión caliente durante el fin de semana. Ante esto, sin proponérselo previamente, se encontraron organizando un comedor popular que funciona los sábados y domingos, cuando está cerrada la escuela que les da un vaso de leche o el único plato de comida que ingieren en el día.
Esta "anticipación de rol" que realizan los estudiantes de musicoterapia es encomiable. El sostén de estos espacios creativos va permitiendo el desarrollo de una identidad propia en los grupos que concurren a los talleres. A través de estas actividades los niños pueden conocerse y reconocerse, incorporan la idea de "vulnerabilidad - generalmente rechazada como formación reactiva -, vivencian el poder estar con otros haciendo algo tanto para si mismo como para los demás, y sobre todo van aprendiendo la noción de que hay alternativas de respuesta ante una misma situación. Ellos son los primeros que se sorprenden de no reaccionar violentamente cuando surge una contrariedad o una mínima situación para resolver. Las actividades creativas, sostenidas por personas con formación profesional y criterio clínico, producen efectos positivos y profundos tanto en cada uno de esos niños y padres como en la comunidad.
Ahora, mientras termino estas líneas, este grupo de estudiantes se encuentra continuando con su tarea voluntaria. Están trabajando en Villa Tranquila. No cubren las infinitas necesidades que sufren sus habitantes. Pero en la escuela del barrio hay niños que no tienen una piedra en su mano sino un instrumento musical. Hay otros que por primera vez sienten que alguien les dedica su atención, y que son importantes para otro. Hay personas que en el medio del caos y la desesperanza que convocan al silencio, pueden crear una melodía que siembre en ellos la semilla de la dignidad, de sentirse con el derecho de pensar una vida distinta.
Schapira, Diego (2003) Una Melodía en el Caos. Voices Resources. Retrieved January 14, 2015, from http://testvoices.uib.no/community/?q=fortnightly-columns/2003-una-melod-en-el-caos
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