En la orilla oeste del Río de la Plata moja sus labios la ciudad de Buenos Aires, capital de Argentina. Sobre la otra orilla descansa y sueña Montevideo, la capital del Uruguay. Es un río tan ancho que los conquistadores españoles del siglo XVI, cuando llegaron a sus aguas, lo llamaron "el mar dulce". Parado en una de sus márgenes es difícil imaginar que más allá del horizonte seguimos en el mismo continente, en la misma tierra.
Hace una semana tuve la oportunidad de salir a navegar en un velero por el río. Éramos cuatro amigos, tres de los cuales nos conocimos hace más de treinta años, en nuestra tierna adolescencia. Típica salida en la que nos reencontramos para hablar de nuestras familias, para compartir preocupaciones y sueños, para "estar" y profundizar nuestra amistad junto a una taza de café caliente o una copa de vino. Durante todo el día la consigna fue "celulares apagados o silenciados" y, obviamente, obedecer a quien hacía de capitán. Así, entre los momentos de conversación a lo largo del día, se fueron intercalando maravillosos momentos en los que sólo podía escucharse el movimiento de las velas, y el deslizar del barco sobre el agua. Una experiencia inusual en esta ciudad de catorce millones de personas. Cerrar los ojos para sentir sólo el viento en la cara y el balanceo sobre el agua. La necesaria supresión de los cotidianos estímulos externos, para poder reencontrarme con algunos de mis profundos estímulos internos. Sin duda, una hermosa y profunda experiencia.
Ahora es domingo a la noche. Estoy en el puerto de Buenos Aires, dispuesto a hacer la combinación de Ferry y autobús que dentro de algo más de cinco horas me permitirá llegar, una vez más a Montevideo. Al otro lado del río, tan cerca y con otras costumbres, otro vocabulario, otra música. Estoy sentado en el bar tomando un café y escribiendo, mientras el frío anuncia que el invierno se aproxima. Me doy cuenta que me siento molesto e incómodo. Cierro los ojos y mi percepción es absolutamente distinta a la de hace una semana. Escucho. La masa sonora que me rodea es abrumadora. Varios televisores relatan un partido de fútbol, mientras por los parlantes del techo suena U2 como música ambiental. En una mesa a mi derecha dos señoras conversan en voz alta acerca de situaciones familiares. Su tono de voz es tan alto que hacen que todos los que estamos a unos metros de distancia seamos partícipes involuntarios de sus conflictos. En los sillones a mi derecha, un pequeño bebe llora desconsoladamente en los brazos de su madre que intenta calmarlo. Desde la mesa de atrás me llegan los agudos regularmente acompasados de una música que se escapa de unos auriculares. No logro identificar qué música es, pero sí percibo la brillantez de los platillos de la batería y los agudos de una guitarra eléctrica con un ritmo repetitivo y penetrante. A unos metros una melodía se repite cada veinte segundos desde los parlantes de una computadora. Es la música de un juego, que se reinicia una y otra vez y sólo es interrumpida por los "crash!", "poing!" o "spunt!" que resultan del desarrollo del juego. Por entre las mesas escucho correr a unos niños que juegan, mientras su madre los reprende desde unos quince metros de distancia. Por las ventanas se escucha el tránsito de automóviles y camiones. En el hall de al lado los altavoces de la empresa anuncian que dentro de cuarenta minutos partirá el ferry, y además se percibe el rumos continuo de unas trescientas personas conversando. A esta "banda sonora" se agregan más estímulos. Sucesivamente, y casi sin interrupción suenan en los ringtones de los teléfonos celulares, parodias de la "marcha turca", "la pantera rosa", "Barney's song", de temas de grupos locales de rock, "every day you take", "with or without you", "the simpsoms", y el tema de "Benny Hill" (a propósito, ¿alguien comenzó a investigar acerca de los ringtones y la personalidad de los dueños de estos teléfonos?). Todo esto, como si fuera poco, acompañado por las conversaciones en voz alta de quienes responden esas llamadas con la misma actitud de quien está en el living de su casa, haciendo públicas situaciones privadas, sin que les importe quien los escucha.
Esta es parte de la sonoridad actual de nuestra cultura. Nuestra sociedad también es esta sonoridad. Vivimos sumergidos en esta masa sonora, tan abrumadora como invisible por su omnipresencia. De repente me siento un pequeño pez atrapado en esta inmensa red tecnológica y supuestamente comunicacional. Una red cada vez más marcada por lo que Zygmunt Bauman (2003) describe como la "obstinada permanencia de lo efímero, que puede convertirse un día en el hábitat común y corriente de todos los habitantes de un planeta repleto y globalizado". Me pregunto ¿Cómo evitar que nuestra singularidad muera en esta red? ¿Cómo evitar convertirnos en un homo consumens?. Y luego, ¿cómo hacer para ayudar a algunos de nuestros usuarios atrapados en la misma red, al punto de que ya consideran normal que la privacidad no exista, y que los vínculos entre personas sean poco duraderos?
Se me ocurre que una de las respuestas posibles, es la de empezar por uno mismo. Rescatar y cultivar los vínculos familiares y las amistades. Brindarles tiempo y dedicarnos a que permanezcan y se fortalezcan. Poder llegar a casa, por ejemplo, y lograr que sólo exista la familia y lo que necesitamos comunicarnos en los breves momentos en que estamos juntos. Y también darnos esos momentos de corrernos del vértigo cotidiano para poder sentir "el viento 3n la cara", observar el cambio de color de los árboles en este otoño, escuchar la canción que tenemos ganas de escuchar, disfrutando de esos minutos en los que la música nos construye y el resto del mundo queda afuera.
Seguramente hay otras respuestas posibles. Algunas, espero, se me ocurrirán luego de terminar estas líneas. Seguramente, otras las pueden dar quienes leen estas breves reflexiones. Si las comparten, sería una forma de ayudarnos a construir otra red, tendiente al bienestar, al encuentro. Una manera de ayudarnos a vivir con alternativas la sonoridad de nuestra cultura.
Bauman, Zygmunt (2003). Liquide Love: On the Frailty of Human Bonds. Polity Press y Blackwell Publishers Ltd.
Schapira, Diego (2006). Otros sonidos de la cultura. Voices Resources. Retrieved January 15, 2015, from http://testvoices.uib.no/community/?q=colschapira050606sp